Un swing envidiable. Una vida marcada por el golf. Un referente que llevó la bandera celeste y blanca a cada rincón del mundo que recorrió. Chispa cordobesa para compartir mil anécdotas. Amigo para muchos, maestro para otros. Todo eso fue Eduardo Romero, “El Gato”, un gran exponente del golf argentino, quien falleció el domingo cn 67 años a causa de una enfermedad que lo aquejaba desde hacía bastante. De hecho, a fines del mes pasado había pedido licencia en su cargo de intendente de Villa Alende, su ciudad de origen, para enfocarse en su salud.
El deporte le vino por herencia. Su casa natal quedaba al frente de un campo de golf. “Los Romero eran así, hombres de golf, y yo seguí todo eso. Estaba en mis genes”, contaba. Su padre era caddie y profesor de golf. En las horas libres que le dejaba su trabajo como carpintero y jardinero, Eduardo se iba adentrando con curiosidad en esa pasión, ayudándole a su padre a dar clases. Porque empezó de grande, a los 29 años, una edad en la que la mayoría está más cerca del retiro que del comienzo. Su carrera fue meteórica y llegó a destacarse en campos norteamericanos y sobre todo europeos. Por su destreza lo apodaron también Señor del Swing. Entre los títulos más destacados de su carrera están: Trophée Lancôme de 1989, JELD-WEN Tradition de 2006 y el US Senior Open de 2008. En 1989 ganó el Olimpia de Oro de 1989, superando nada menos que a Diego Maradona y Gabriela Sabatini.
Siempre estuvo cerca
“El Gato” siempre tuvo una relación cercana con Tucumán. La primera vez vino por el golf, para jugar el Abierto del Norte, en 1974. Al año siguiente volvería, pero por el servicio militar. “En la época del Operativo Independencia estuve en Tucumán. Era francotirador, paracaidista, tengo como 30 saltos de combate, libres, nocturnos de 300 metros, con perros. Nos alojábamos en el 19 de Infantería. Recuerdo que participé de combates, uno de ellos en Acheral”, reveló hace unos años en una entrevista con LA GACETA.
También sentía debilidad por las empanadas tucumanas. En particular, las de mondongo que le preparaba la hermana de César Costilla. Durante más de 20 años repitió el ritual de visitar la casa y comerlas en el patio. “Mi historia con las empanadas tucumanas es casi pasional: llegué a comerlas incluso en Inglaterra”, aseguraba.
En esas tantas visitas, trabó amistad con muchos golfistas tucumanos. Entre ellos, Andrés “Pigu” Romero, al que muchos en el exterior creían su sobrino por la coincidencia en el apellido. “Lo conocí de chico, era mi caddie cuando yo venía a practicar. Lo vi jugar por primera vez en Alpa Sumaj, lo hicimos juntos. Jugó bien, pero al torneo lo gané yo. Al terminar, aconsejé a la gente que lo cuide, lo apoye, porque le vi futuro”, dijo en su momento.
La noticia del fallecimiento del “Gato” Romero entristeció al ambiente golfístico local, donde era muy querido y respetado. Los campos tucumanos extrañarán las visitas de un gran apasionado del deporte, que dejó una huella imborrable en el golf nacional dentro y fuera de sus fronteras.
El recuerdo de “Pigu”
“Cada foto que veo son mil imágenes tuyas. Prácticas, viajes juntos enseñándome cosas, diciéndome qué debía hacer o presentar cuando llegábamos a algún país. Estoy agradecido de haber podido hacer tantas cosas con vos. Gracias por todos los consejos que me diste y sobre todo por tu bella amistad, Gato querido”, fueron las palabras que le dedicó Andrés Romero a su amigo.
“Era un ejemplo para nosotros”
Cesar Monasterio
Golfista tucumano
Es un momento muy triste para el golf. Se nos fue un grande, como jugador y como persona. Tenía un carácter y un carisma muy especiales. No solo para competir, también enseñaba a todos los que veníamos atrás de él. Un tipo muy abierto y generoso. Sin duda, un embajador del golf argentino en todo el mundo y una pérdida para el golf mundial. El “Gato” ganó ocho torneos en Europa y cinco en Estados Unidos. Eso no lo hace cualquiera. Se ganó el respeto de todo el mundo. Cosechó muchísimos amigos y expandió el golf a nivel nacional. Siempre fue un referente para todos nosotros.
Lo conocí en Tucumán cuando vino a jugar el Abierto del Norte. En ese entonces, yo era caddie. Después, en el año 95’ tuve la suerte de jugar la Copa del Mundo junto a él en China. Para mí, eso es algo inolvidable. También competí contra él. Era bueno verlo jugar porque siempre aprendías algo, y si él veía una falencia tuya te la marcaba para que pudieras corregirla. En el norte marcó un precedente, impulsando a muchos chicos que estaban formándose.